Éramos demócratas cristianos, para el ejército éramos comunistas, para los insurgentes éramos parte del oficialismo; estábamos atrapados en el fuego cruzado de la ignorancia. Más de 325 dirigentes asesinados, vidas sacrificadas en nombre de la democracia. No obstante, nunca claudicamos en nuestro esfuerzo por instaurar un sistema democrático y lograr la convivencia pacífica en Guatemala.
En aquel entonces, lo que importaba no era el voto, sino el control de la maquinaria del poder que “contaba” los votos. Fraudes descarados, con la seguidilla regular que era: Jefe de Estado Mayor, luego Ministro de la Defensa y después Presidente de la República. Cuatro o cinco partidos se repartían el pastel.
Eran mucho más de 25 mil firmas las que debíamos reunir ¡Nada fácil! La desconfianza era palpable, especialmente entre el campesinado, que estaba dolido por el conflicto armado. En algunos lugares, ni siquiera podíamos entrar.
Todo cambia, y en este nuevo capítulo de nuestra historia, los ideólogos han desaparecido. No queda ni un solo partido con principios firmes, y en su lugar, el mercantilismo político hace y deshace a sus anchas dejándole poco a nada de espacio a la dignidad de las personas. Las candidaturas a diputaciones se cotizan como objetos en una subasta, de 2 a 4 millones de quetzales, según el departamento, y las compran porque el retorno de inversión de la corrupción es simplemente incomparable con el del trabajo digno.
El sistema se ha degenerado, y las mafias y narcos campean en el Congreso cada vez con menos vergüenza, como quien quiere normalizar el crimen. Hay pocas excepciones, pero la mayoría de diputados se beneficia de sus propias constructoras y las obras públicas que valen dos millones el km, son cotizadas en 25 millones el km.
Armar partidos se ha convertido en un negocio lucrativo, a pesar de las dificultades, o más bien controlándolas. Imaginen llegar a 28 partidos, y esperar que haya legalidad en el proceso de formación e inscripción. Es sencillamente absurdo. Los partidos se convierten en activos en venta, y no faltan los egos infectados por la terrible enfermedad de la "presidencialitis", cuyo síntoma más evidente es un séquito de aduladores que les dicen que el país los necesita, y así se lanzan todo tipo de subnormales, dispuestos a soltar su dinero para adquirir un partido que los haga pasar por líderes.
De hecho, hay bufetes de abogados dedicados a vender paquetes de supuestos adheridos a un partido en formación, lo que es igual a vender bombas de tiempo, pero no faltan imbéciles que las compran.